lunes, 24 de agosto de 2020

El mudo y el tridente

Berta desconfiaba de su marido, desde hace unos meses no lo reconocía, todo se había vuelto oscuro y misterioso entre ellos. Éste era granjero en la finca de los vecinos desde su adolescencia así que conocía bien su oficio. Cada día se levantaba al amanecer para poder vivir dignamente en la casa familiar de su esposa. Nunca habían tenido hijos, tan sólo estaban ellos dos, por lo que Berta no podía trabajar en otra cosa sino en ama de casa, ya que su tiempo al completo estaba dedicado a la vivienda por su gran tamaño.
Un día, Juan, el marido, llegó a casa con el tridente con el que trabajaba la paja en la finca y no lo soltó en todo el día. Ninguno dijo ni una palabra, aunque Berta se estremeció al ver a Juan pasar a la casa con esa mirada fría, distante y malévola. 
Desde aquel día el hombre no volvió a hablar, tampoco a soltar el tridente, y Berta, cada vez, temía más y más por su vida. El comportamiento de su marido estaba acercándola a la demencia, hasta que una noche; de repente, la mujer decidió abandonar esos temores de la manera más cruel e inesperada posible, le arrebató el tridente a Juan y se lo clavó en el pecho. Se lo sacó, y llegados hasta este ponto todos sabemos que Berta no volvió a la cordura, pues se pasó la noche haciendo una desagradable visita a cada casa del pueblo, en el que no quedaron más supervivientes que la misma Berta. Acto seguido tomó un nuevo rumbo y vagó durante lo que quedaba de oscuridad por el cementerio del pueblo. 
Llegó el sol y comenzó a cavar un agujero tan grande que tardó cinco días en hacerlo. Después fue introdujendo a cada vecino uno a uno con ayuda del tridente. Finalmente ella misma se lo clavó una vez dentro del hoyo de los muertos. 
El tridente, con toda la maldad y diablura que albergaba, desapareció del siniestro escenario que ahora gobernaba la localidad.




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