lunes, 31 de octubre de 2022

La calle de los muertos

Aquella noche Ana no encontraba a su gato, había desaparecido por completo. Solía ser normal no verlo por casa, ya que era el típico animal al que le encantaba ir jugueteando de un sitio a otro. Pero ese día era demasiado extraño, Miau Miau no aparecía por casa desde hacía más de cuatro días. Su dueña estaba un tanto preocupada, así que decidió salir a buscarlo por el pueblo. Dio un par de vueltas por los alrededores del barrio, en vano, pero continuó su camino un poco más por las afueras del pueblo, hasta que llegó a la popularmente conocida como calle de los muertos. Por allí no pasaba nunca nadie, pues los más ancianos habían extendido el rumor sobre la calle maldita. Ana no temía a nada de eso, pues pensaba que eran solamente habladurías, por eso se adentró sin pensarlo a la calle oscura que se extendía delante de ella.

Miau Miau era un gato negro de ojos brillantes, amarillentos, de los que parecen un farol nocturno cuando los miras. Se camuflaba constantemente en la oscuridad de la noche, pero Ana lo reconoció fácilmente cuando lo vio tras un contenedor. Al cogerlo para evitar que se escapara, la joven se fijó en una pequeña pulsera de perlas que relucía entre las sombras. Se quedó maravillada ante el descubrimiento, de modo que no dudó en llevársela de allí para observarla mejor en casa, al fin y al cabo, ¿quién iba a echar en falta una pulsera abandonada entre la basura de aquella calle tan tenebrosa? Minutos después, llegó a casa y lo primero que hizo fue ponerse la pulsera, le había encantado. Se fue a dormir, feliz por la reciente adquisición. Aunque por la noche tuvo un sueño muy raro en el que aparecían varias personas ordenándole cosas indescifrables.

Hizo el desayuno, y cuando fue a vestirse se dio cuenta de que toda la ropa de su armario había desaparecido. No la encontraba por ningún sitio y estaba segura de que no la había movido de allí en ningún momento. Empezó a preocuparse por si alguien había entrado en casa durante la noche, temiéndose lo peor. Al no encontrar ni una sola prenda, se quedó en casa todo el día haciendo las tareas diarias que tenía acumuladas en pijama, hasta que cayó la noche y volvió a dormirse. Esta vez tuvo un sueño más nítido, varias personas que no conocía de nada le insistían en que debía sacrificar su corazón para poder llegar al cielo como un alma pura y libre de pecados. Se despertó sudorosa, confusa y sintió un leve pinchazo en la muñeca en la que llevaba la pulsera. Sin embargo, Ana seguía sin darle ninguna importancia, es más, se sentía embelesada con la belleza de la joya.  Cuando fue a coger leche para desayunar, no había ni un solo alimento en el frigorífico, ni tampoco en las estanterías de la cocina. Aquello estaba comenzando a resultar demasiado extraño como para ser una simple casualidad, y Ana tenía un terrible dolor de cabeza, así que como todavía era temprano, se volvió a dormir un rato para ver si aclaraba un poco sus ideas. 

Se despertó al anochecer, sorprendida por haber sido capaz de dormir tanto y de haberse pasado todo aquel tiempo acostada escuchando voces que la sumían cada vez más un sueño profundo. Fue a la cocina y había doce cuchillos iguales sobre la mesa, los observó durante un rato, como si cada uno de ellos la llamara para que se atravesara la piel con ellos. Poco a poco se iba sintiendo más mareada y la muñeca le palpitaba más. Vio como los cuchillos se ponían de pie sobre la mesa y segundos después, dejándose llevar por la confusión y el malestar que sentía se clavó los cuchillos uno a uno en distintas partes del cuerpo. Tras aquellos sucesos, su alma se adentró en el oscuro interior de la pulsera de perlas, a la que le encantaba arrebatar almas a los vivos. 

Miau Miau, quien no había salido de casa en esos dos trágicos días, había observado todo lo ocurrido. Entonces se acercó a la muñeca de Ana, y con su pequeña boca le arrebató la pulsera de perlas. Salió de la casa y regresó a la calle de los muertos que tantas desgracias había traído a la vida de Ana. El gato dejó la pulsera junto al contenedor del fondo y se quedó custodiándola cuando hacía falta, mientras que la calle de los muertos con la ayuda de la pulsera iba sumando más y más razones para ser llamada de ese modo. 


sábado, 17 de septiembre de 2022

Por si el verano no regresa

Y por si el verano no regresa, me gustaría dejar claro que me he dado cuenta de que es al final cuando realmente ves que todas esas risas interminables, esos besos que no se desgastan y esos sitios donde el cielo mece el sol en una cuna naranja, eran lo que de verdad hacía que los días pasaran como las hojas se caen al acabar el verano. Esas noches en las que mirabas arriba y veías las estrellas sonreír, esos días en los que tu piel se oscurecía tras horas bajo el sol o esas tardes en las que no te cansabas de luchar contra las olas, era ahí donde querías quedarte para siempre. Dejar que el calor te diera los buenos días y que tu pijama tan solo sea esa camiseta solitaria que abandonaste en el cajón. Hablar, contar algo increíble queriendo que las palabras escapen de ti como si tu vida dependiera de ello y dejarte llevar por los planes improvisados que han surgido en ese último instante indeciso. Cantar esa canción especial a todo pulmón en la calle habitada por el olvido o bailar en esa esquina escondida que todos ignoran cuando pasan. Conversar de madrugada contigo mismo sobre esas cosas que nunca te has atrevido a aceptar. Que llegue ese último domingo en el que no importa que lo sea y sentir una sensación de vacío, como si toda la intensidad de tu alma se hubiera extinguido hasta el año que viene.
Y sin querer, cada año, el verano se lleva un pequeño trozo de mi corazón, porque a pesar de regalarte un sentimiento de felicidad permanente, al final te das cuenta de que se ha acabado y ha sido como todo lo demás, tan efímero como la vida misma.

sábado, 23 de abril de 2022

El final del túnel

Últimamente discutíamos demasiado, por una cosa o por la otra, Julia y yo nunca habíamos conseguido estar bien del todo este último mes. Quizás fuese por el cambio de estación que nos afecta demasiado a todos o por cualquier otra cosa, pero los dos estábamos muy irritables. Nos queríamos mucho, llevábamos varios años juntos y teníamos muchos planes de vida para el futuro, aunque nada fuera de lo común en las parejas actuales.

Pero esa tarde estaba tan fuera de mí que necesitaba un respiro, poder respirar aire fresco y cambiar la actitud y volver a ser Juan Santos de la Higuera, por eso decidí salir a dar un paseo por los caminos situados a dos calles de mi casa. Mi madre los solía frecuentar cuando todavía vivía, siempre decía que el caminar en ellos la ayudaba a aclarar los pensamientos y a relajarse. Después de media hora, me di cuenta de que no le faltaba razón. Decidí continuar el paseo algo más de tiempo, pues aquello me estaba gustando más de lo que esperaba, hasta que llegué a un viejo túnel inutilizado. Este debería estar situado en la carretera pero al ser tan antiguo supuse que lo habían retirado de la ruta de circulación varias décadas atrás.

Tenía toda la tarde libre  aquel túnel me cautivaba de una manera extraña, algo tranquilizadora pero dentro de mí, habitaba una sensación de incertidumbre que necesitaba avanzar y entrar en el túnel para descubrir dónde acababa. Me asomé pero estaba tan oscuro que no se veía la salida, tal vez era demasiado extenso, dudé por un momento si empezar a recorrerlo era la mejor idea, aunque acabé autoconvenciendome de que no tenía nada que perder. 

Activé la linterna del móvil y comencé a atravesarlo mientras esquivaba los enormes charcos que casi inundaban la superficie, habían sido producidos por las lluvias de los días de atrás, que no habían descansado hasta hoy. 

Observé el techo del túnel y me di cuenta de que estaba lleno de goteras y moho, se respiraba un aire húmedo que olía a tierra mojada y a suciedad. Aunque aquel ambiente me producía un poco de grima, me consoló pensando que si allí vivía alguna rata, con el tiempo lluvioso de estas semanas se habrían marchado ya.

Continué mi camino cinco minutos más hasta que vi una luz que venía del final del túnel, ¡al fin había llegado! Un sentimiento de curiosidad enorme embargó mi cuerpo tanto, que comencé a correr y no me detuve hasta que llegué al final.

Esperaba que tan solo fuera otra parte más de campo por la que pasear tranquilamente pero no era así para nada. Lo podría describir con solo una palabra: Siniestro. Aquel lugar era siniestro, mucho. El paisaje estaba teñido por un tono grisáceo y no había señal de vida humana por ningún sitio. No se veía ninguna carretera, ningún coche, ninguna casa, era todo terreno árido y no se divisaba ninguna planta que no estuviera podrida o marchitada.

Me encontraba mareado y algo desorientado pero aún así avancé y avancé hasta que observé que unos metros más a la derecha había dos hoyos idénticos de forma rectangular en el suelo. Entonces me percaté de que los hoyos estaban respaldados por una lápida, ¡una lápida! El terror me recorría por las venas hasta que leí el nombre de la primera lápida: Francisca de la Higuera López. Era su nombre, el nombre de mi madre la cual había fallecido dos años atrás. 

No lograba entender por qué había una tumba vacía con el nombre de mi madre escrito en una lápida en aquel lugar abandonado. La otra lápida estaba en blanco, no contenía ninguna palabra.

Entonces miré a mi alrededor, buscando desesperado alguna pista que me pudiera hacer entender todo aquello que era tan sumamente extraño. De repente, vi a una mujer anciana junto a la tumba, era mi madre. Corrí hacía ella mientras las lágrimas desenfrenadas corrían por mis mejillas, me abalancé sobre ella para darle un abrazo pero me caí al suelo. Comprendí que no se puede abrazar a espíritus. Ahora lo entendía, aunque se escapaba de cualquier sentido lógico. 

-Mamá -conseguí balbucear-. ¿Qué es todo esto? No sé si lo que estoy viendo es real, ¡es demasiado imposible! ¿Eres tú de verdad?

-Hijo, te he echado mucho de menos y por supuesto que todo esto es real, ahora no entiendes nada pero si me dejas, podré explicártelo todo con calma. -explicó Francisca relajadamente.

La mujer se encontraba extremadamente tranquila, se podía ver a simple vista que no estaba afectada por nada de lo ocurrido en los diez minutos anteriores y que para ella todo lo sucedido era de lo más normal.

-Mamá, por favor, necesito algo que explique todo esto, al cruzar el túnel tan extraño que me encontré por los caminos que tanto te gustaban no esperaba encontrarme ni con este sitio, ni con tu espíritu. 

-Pues claro que no Juan, si yo entiendo perfectamente tu situación, y por favor, no me llames espíritu, que parece que estamos en una película de terror, ni que te fuera a asesinar. -rió mi madre bastante divertida por mis palabras-. Como bien sabes, yo venía todos o casi todos los días a pasear después de comer por los caminos que hay cerca de casa porque me resultaba muy relajante y con ellos mi salud mejoraba. Muchas veces pasaba por delante de la entrada al túnel sin prestarle ninguna atención especial, para mí simplemente era algo más mezclado entre el paisaje pero un día me picó la curiosidad y como necesitaba distraerme para poder evitar mi estrés, decidí cruzarlo. Al ver lo que había al otro lado, me quedé impactada, un jardín maravilloso y realmente extenso, lleno de hierbas, plantas y flores en plena etapa de crecimiento. Había bosques frondosos, pájaros que cantaban, mariposas, todo lo ideal que yo podía imaginar. Desde aquella vez, vine día tras día y notaba como mi migraña mejoraba, pues el buen ambiente me ayudaba de una manera casi mágica. Sin embargo, al morir en ese accidente, todo este lugar se marchitó y se transformó en esto que tú mismo puedes ver con tus propios ojos. Desde entonces, he estado vagando por aquí esperando que tú o cualquier otra persona de la familia viniera y pudiera ayudarnos a mí y a este fantástico lugar que necesita recuperar su esencia.

Me encontraba fascinado, esta historia parecía increíble, pero sabía que mi madre no me mentiría y que debía creerla para poder ayudarla.

-Pero entonces, ¿qué debo hacer para poder ayudar a que esto vuelva a ser como antes?

-Ay querido, no sabes lo feliz que me hace escuchar eso, me encanta saber que estás dispuesto a ayudar. Bien, entonces te explicaré qué es lo que necesito que hagas. Tienes que encontrar el collar que me regaló tu padre el día de mi boda, te lo he enseñado varias veces, ¿recuerdas? Tiene que estar por aquí, pues lo perdí un día que estaba distraída. Si encuentras el collar, volveré a ser feliz con el único recuerdo que me queda de mi vida anterior y este lugar volverá a ser tan espléndido como de costumbre. Cuando ese momento llegue, te quedarás aquí conmigo para que estemos los dos juntos como debe ser, madre e hijo. -explicó mi madre muy satisfecha con mi comportamiento.

-Cuenta con ello mamá, no creo que sea tan difícil encontrar un viejo colgante. Pero eso sí, no me voy a quedar aquí contigo, recuerda que yo sigo vivo, volveré a casa como siempre y tú podrás descansar en paz.

-Bueno Juan, te aseguro que cuando vuelvas con el colgante tú mismo querrás quedarte aquí conmigo. -rebatió mi madre con una sonrisa burlona.

Emprendí mi camino para poder encontrar la joya que tanto significaba para mi madre y pasada una media hora me di cuenta de que unos metros más adelante, quedaba una pequeña flor viva. Me aproximé rápidamente a ella para observarla, pues aquello era muy curioso y me di cuenta de que el centro era exactamente igual al colgante de mi madre. Lo extraje, lo examiné más cuidadosamente y sonreí, pues había entendido que mi madre lo perdió y al ser tan importante para ella, de este collar salió la única flor con vida de todo aquel lugar desértico.

Triunfante, regresé con una sonrisa de oreja a oreja a donde se encontraba su madre. Llevaba el colgante en el bolsillo, y comprobaba cada muy pocos segundos que este seguía allí. Sorprendentemente, no había tardado mucho tiempo en encontrarlo ni me había resultado demasiado complicado, ahora solo me faltaba entregárselo a mi madre, despedirme y marcharme de nuevo a casa.

-¡Mamáaaaaaa! ¡Tengo tu collar, lo he encontrado! -chillé muy emocionado.

-No sabes lo mucho que te lo agradezco Juan, hijo mío. 

Francisca estaba conmocionada, pues al fin podría descansar en paz en aquel lugar que tanta calma le había aportado.

Madre e hijo, nos despidieron emotivamente, pues ninguno de los dos sabía con certeza si el túnel les dejaría encontrarse de nuevo. Finalmente me marché, volví a cruzar el túnel, aunque ya no había charcos, se habían secado, cosa que me resultó bastante rara ya que solo habían pasado unas horas. 

Recorrí el camino de vuelta sin entretenerme, pues Julia probablemente estaría algo preocupada, eran las doce de la noche y todavía no había llegado. Cuando llegué, noté algo extraño, distinto y justo antes de entrar a casa, vi por la ventana a Julia, sin embargo, no era ella exactamente, era como una versión suya más envejecida. Decidí mirar mejor antes de entrar porque me sentía muy confundido, entonces vi que a su lado había un hombre más o menos de la misma edad que su mujer y que sostenía a dos hermosos niños en sus brazos. 

Aquel había sido un golpe realmente duro para mí, no podía asimilar lo que estaba viendo, miré la farola de enfrente de su casa y vi un cartel: DESAPARECIDO JUAN SANTOS DE LA HIGUERA, junto a una foto mía. Comprendí todo en aquel instante, no habían pasado solo unas horas, miré el móvil y lo confirmé, habían pasado nada más y nada menos que una década entera. Entonces, pensé que mi existencia allí carecía de sentido. En ese momento solo vi una posible solución, quedarme con mi madre en el final del túnel. El momento en el que mi madre me había advertido que yo mismo querría quedarme con ella después de ayudarla volvió a mi mente y descubrí que probablemente ella sabría lo que me esperaba al regresar de su jardín tan querido y aún así quiso que la ayudara, obligándome sin yo saberlo a renunciar a mi vida actual.

Volví al final del túnel y pude comprobar que mi madre no mentía, aquel sitio volvía a ser un lugar lleno de vida, aunque las dos tumbas seguían estando allí. Ya no me pregunté de quién era la que estaba vacía, pues era evidente. Me esperaba un largo descanso junto a mi madre en aquel lugar tan envolvente.

jueves, 3 de febrero de 2022

El grito

Allí el cielo siempre estaba teñido de naranja, incluso se parecía a la fruta, aunque con ciertos cirrios un tanto amarillentos. Visto desde las afueras, desde un puente que une los caminos con el pueblo, hasta parecía un lugar tranquilo y apacible, ideal para una vida llena de dicha. 

Hamelín siempre había tenido una chispa de misterio, lo que hacía que diera la sensación de que permanecer allí podría tener consecuencias bastante negativas. En realidad, no había muchos habitantes, solamente los vecinos de toda la vida, como en la mayoría de pueblos aislados del país.

Sin embargo; desde que Ernesto se instaló allí, el pequeño y pacífico pueblo de Hamelín no ha vuelto a ser el mismo. El pobre hombre llevaba días buscando cobijo en cualquier lugar que se le ofreciera, pues había pasado semanas y semanas caminando sin descanso a través de los caminos que llegaban a un único destino, Hamelín. 

El día de su llegada, Ernesto estaba tan feliz que a pesar del cansancio dio saltos de alegría por todas partes. Entonces se dirigió a cruzar el puente que conducía a la entrada oficial del lugar, cuando lo hizo, sintió que una extraña sensación le embargaba, como si el alma se le llenara de malos presentimientos. Pero en ese momento, Ernesto no quiso hacer caso alguno, ya que su sensación de alivio ocupaba toda su mente.

Después de dar un paseo de visita por allí y no encontrar a nadie que le pudiera dar indicaciones de donde pasar la noches, beber y comer algo, decidió que lo mejor sería llamar a la puerta de alguna casa. Ding, dong, pulsó el timbre y a los pocos segundos la puerta se entreabrió. Ernesto, a pesar de que ninguna voz le había invitado a pasar, dio un paso adelante y entró en la vivienda, la cual encontró sola, vacía y sin ninguna señal de vida humana en años.

Ernesto sintió que algo lo atravesaba, aunque no físicamente hablando, más bien como si el alma vagante de alguien pasara a través de él. Pues bien, lo que sintió en aquel instante fue exactamente lo que pasó. Asustado, corrió al exterior, giró la cabeza para todos lados queriendo mirar desde todas las perspectivas posibles, aún sabiendo que no era posible. Volvió a sentir ese golpe desde dentro, una presencia atravesándolo. Los vecinos de Hamelín comenzaban a dar la bienvenida a su nuevo habitante. 

Entonces, Ernesto supo con certeza que su muerte estaba próxima, muy próxima. El visitante divisó como un hombre esbelto y de la misma edad que él se aproximaba cada vez más, hasta que lo tuvo cara a cara y pudo observar su mismo rostro reflejado en el del extraño. Aquello resultaba imposible pero por desgracia no lo era, Ernesto acababa de ver a un hombre idéntico a él, salvo por la sonrisa maliciosa que los diferenciaba.

Momentos antes de que Ernesto pasara a ser un vecino más del pueblo, se escuchó un grito procedente su boca, el cual expresó el terror que se sentía al visitar Hamelín y descubrir que una vez entras, nunca más puedes volver a salir.



Inspirado en el cuadro "El grito"