martes, 5 de noviembre de 2019

La simple vida de un muñeco

¡Queridos lectores! Hoy traigo un relato corto un tanto peculiar, porque trata sobre la simple vida de un muñeco. Pero antes de que lo leáis, me gustaría recordaos que ya podéis votar para la entrada de fin de mes de noviembre en "El post del lector"  Como siempre id a su apartado en el menú y votad. Y nada, ¡qué espero que os guste el relato!

La simple vida de un muñeco
Nací en una de las muchas fábricas del mundo, me hicieron de tela y trapo y soy pequeño como un bebé. Mi camiseta es amarilla, mis pantalones azules y tengo una sonrisa de oreja a oreja. El comienzo de mi vida transcurrió en una tiendecita para bebés y niños pequeños, hasta que una mujer joven y alegre se acercó a mí con gesto decidido e hizo un ademán de a la dependienta indicando que me escogía. ¡Qué alegría sentía! Pero no me gustó tanto cuando me envolvieron junto a otra caja. Pasé así un tiempo que mi mente no contó, hasta que, vi la luz, un adulto desprendía de mi menudo cuerpo el incómodo papel. Y entonces lo vi, o mejor dicho, la vi, una preciosa bebé dormía plácidamente entre los brazos de su madre.
Unos años después yo me encontraba con la bebé que ahora tenía cinco años en nuestra casa. Ella me sacudía y me movía, me bañaba y me vestía, pero sobre todo me hacía feliz.
Nos fuimos de vacaciones a Los Montes de León y, por supuesto, Gaia, la niña, me llevó. Llevábamos tres hermosos días allí  cuando nos fuimos a un pueblecito de la montaña para hacer turismo, comimos (mejor dicho comieron) en un bar de la zona y dimos una vuelta por el pueblo. Y dando la vuelta estábamos cuando Gaia dijo algo a su padre:
-Papá, papá, ¿me llevas a Donald por favor? Es que me canso mucho.
-Vale hija, lo meto en el bolso.-respondió amablemente su padre.
Su padre lo hizo tal cuál, pero a los cinco minutos, me caí sobre la acera,¡y nadie se dio cuenta! Pensé que era mi fin, que no volvería a verlos y, para colmo no podía moverme mientras pasara gente por la calle. Así que, en cuanto la calle quedó desierta, yo eché a andar en la dirección de mi familia.
Entre tanto, ellos se habían dado cuenta de mi ausencia y estaban deshaciendo el camino hecho. Así que, de pronto, vi unas figuras corriendo de lejos y entregué al suelo, cuando llegaron a mí, Gaia estaba llorando y me abrazó tan fuerte que pensé que me descosería.
Ahora han pasado seis años y me sigo alegrando de que me encontrase.

3 comentarios:

  1. ¡Precioso! Y tengo la suerte de conocer a Donald y Gaia��

    ResponderEliminar
  2. Hola Lucía! Que original este cuento. De vez en cuando sigo tus escritos y me gusta mucho. Gracias también por tus comentarios. Un abrazo.

    ResponderEliminar