La serpiente alargaba su cuerpo a medida que pasaban los años. Crecía y cambiaba su piel guiada por paso de las semanas, de los meses. Ciertas pieles eran hermosas, causaban emoción y felicidad en los dueños de aquella mascota tan peculiar, al mirarlas, sus corazones se sentían en paz. Sin embargo, algunos inviernos, su piel se tornaba a un tono ennegrecido, espantoso a la vista y doloroso para el alma. Aun con ello, sus dueños no la abandonaban, no la echaban a la calle por el horrible estado en el que se encontraba. Tan solo esperaba a que el tiempo devolviera la apariencia del animal a su precioso cauce, sin separarse ni dejar de confiar en ella ni un instante. Pues sabían que si no la cuidaban todos los días y le daban la atención que necesitaba, la serpiente acabaría muriendo.
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