Desperezado, se mueve conscientemente a mi alrededor y me cubre por completo, en su interior me siento a salvo, increíblemente tranquila. Como si la constante soga mental que día tras día se cierne sobre mi cuello se relajara cuando el humo violeta me deja soñolienta entre mis recuerdos. Aún así, noto al respirar que mis pobres pulmones ya llevan bastante tiempo desgastados, cansados de intentar repetir lo irrepetible, intentando cambiar lo inmovible. Perdida entre risueñas privameras y otoños deshojados, vislumbro la envolvente sonrisa que el humo lila me dedica; y yo, que me considero lectora de sonrisas, aprecio en ella su intención de raptarme allí para el resto de mis días, de acabar de cubrirme con su color morado y de no dejar verme más allá de lo que él quiere. Me da pena, porque a pesar de todo, mi fiel amigo me ha acompañado durante mucho tiempo, quizá demasiado. Pero es que en el fondo de esa polvorienta mueca que la humareda me ofrece, percibo que no debo dejar que nadie, ni si quiera mi propio corazón, me venda humo.
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