¿Debería dejarle salir para enfrentarme a él? Sus manos no cesan de golpearme suavemente la espalda, pero de tantos empujones las marcas moradas están dejándose ver a través de mi piel. Sé que llevo ignorándolo demasiado tiempo intentando hacer creer a mi corazón que si no le hago caso se marchará a una esquina de la celda en la que permanece encerrado, pero me estoy empezando a percatar de que sus negros dedos están dejando una profunda huella en mi alma.
Surcado de sueños sin cumplir, ilusiones apagadas e inseguridades inquietantes, ha hecho jirones mi sonrisa día tras día. Y aún así sigo aquí, de espaldas a él, asustada ante una sombra que habita en mis propios pensamientos, rezagada y dándome a entender a mí misma, que nunca conseguiré enfrentarlo hasta llegar a ver que ha saciado su sed. Entonces sentiré como ha matado a las mariposas que trepaban por mi garganta para soltar una carcajada, como ha callado mi forma de contar historias con la mirada, como ha roto la regadera que solía mojar mis mejillas cuando me emocionaba y como ha secado la apacible ola que me inundaba cuando alguien me abrazaba. Su oscuro vacío resultará devastador y su aire ennegrecido por el rencor se colará por cada agujero que ha ido desgarrando en mi interior durante todo el tiempo que he permanecido acobardada.
Llegará el día en el que no quede ni rastro de mí, tan solo mi inquebrantable certeza de que fui mi propio verdugo.
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