La serpiente alargaba su cuerpo a medida que pasaban los años. Crecía y cambiaba su piel guiada por paso de las semanas, de los meses. Ciertas pieles eran hermosas, causaban emoción y felicidad en los dueños de aquella mascota tan peculiar, al mirarlas, sus corazones se sentían en paz. Sin embargo, algunos inviernos, su piel se tornaba a un tono ennegrecido, espantoso a la vista y doloroso para el alma. Aun con ello, sus dueños no la abandonaban, no la echaban a la calle por el horrible estado en el que se encontraba. Tan solo esperaba a que el tiempo devolviera la apariencia del animal a su precioso cauce, sin separarse ni dejar de confiar en ella ni un instante. Pues sabían que si no la cuidaban todos los días y le daban la atención que necesitaba, la serpiente acabaría muriendo.
martes, 30 de mayo de 2023
Segunda capa
miércoles, 24 de mayo de 2023
Mi mitad está en mí
No somos esa pieza perdida del juego que buscamos que encaje en el hueco perfecto. No somos ese tornillo que solo encaja con una tuerca concreta. Somos nubes que cambian, que se transforman día tras día. Somos esa brisa incesable que recorre calles y valles desiertos. Somos nuestro propio puzle y las piezas están en nosotros, no en los demás. No debemos vivir amarrados a esa insaciable necesidad de atar a alguien a nuestro corazón como un marinero amarra a su barco al puerto porque al final, tan solo somos cerraduras a las que el tiempo moldea, y a las que depende del momento, pueden ser abiertas por diferentes llaves. Tan solo somos llaves que pueden abrir ciertas cerraduras, pero que se olvidan de cerrarlas cuando deciden marcharse en busca de nuevos cerrojos.
jueves, 18 de mayo de 2023
El parásito
Inconscientemente agarro ese vago gusano que vive en el hueco de la escalera de la esquina y lo estiro sin piedad como si fuera un chicle. Su cabeza y su punta se alejan cada vez más, se van separando lentamente. No se rompe aun poniendo todo mi empeño en partirlo en dos, de modo que decido volverlo a juntar en una pequeña y casi invisible bolita. Redonda y semi perfecta, ocupa un pequeño espacio en ese pliegue especial de mi cerebro, pero sigue estando presente por más que intento disminuir su tamaño. Lo revuelvo de todas las formas que se me ocurren, aunque poco a poco, me desmotivo al ver que sigue intacto, como si los violentos pisotones de mi mente no le hubieran ni rozado.
¿Es capaz mi alma de pensar? Quizás sí, puesto que el gusano, hijo del cansancio y la apatía, ha nacido allí y no me deja estar en blanco. Desea moverse, sobrevivir alimentándose de la soledad que habita en mi estómago. Quiere existir a costa de mi felicidad.
Con esa última y solitaria sensación clavada como una navaja en el centro de mí, caigo en un profundo sueño del que quizá no despierte nunca, puesto que el pensamiento que ahora me invade es un parásito insaciable.