Está empezando a amanecer. Lo noto porque la luz se cuela por las
rendijas de mi persiana. Los rayos de sol juegan a ver cuál inunda antes mi
cuarto.
Quisiera
levantar la persiana y dejarlos entrar a todos para que no discutan por verme
los primeros. Quisiera abrir las cortinas y dejar que lleguen algo más lejos. Pero
la oscuridad me abraza tan fuerte que no puedo mover mis extremidades. No sé en
qué momento ha pasado de ser una caricia a un peso semi asfixiante. Me
marea, el oxígeno no llega bien a mi cabeza y me ralentiza los pensamientos.
Sé
que no me obliga a quedarme con ella, que solo me presiona, pero la comodidad
de no moverme bajo la oscuridad impide que la vitamina D corra por mi sangre.
Al menos la ventana está abierta y puedo oler la brisa con olor a sal y arena,
a verano. De momento parece que tendré que conformarme con eso. Quizás en el
próximo amanecer consiga apagar la oscuridad como un bombero apagaría un fuego.
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