Transformada, la oruga que conocí hace años me visita cada mañana posada en mi ventana, cerrando sus grandes alas negras. Sé que no debo seguirla, pero confío tan poco en mi propia cabeza que es lo único a lo que puedo aferrarme. Vuelvo a añorar lo que ya fue, sufro por no disfrutar lo que es, y temo por lo que será mañana. La desesperanza se ha encaramado en mi espalda, la indiferencia ha sustituido los libros que tenía en mi mesilla de noche y la dependencia de dormir para eludir ya de poco sirve, pues incluso mis propios sueños se han vuelto contra mí, oscureciendo mis recuerdos felices.
Todo ha vuelto a ser esa vieja guerra que no puedo frenar y de mis viejos refugios solo quedan las cenizas y no estoy segura de ser capaz de reconstruirlos. Si de verdad la mirada es el reflejo del alma, ya no queda nada dentro, porque los que solían ser unos ojos vidriosos ahora están vacíos, ni siquiera las lágrimas quieren hacerles compañía en su triste día.
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