El espejo cada vez me guarda más rencor y el agua de la ducha estrella su rabia acumulada en mi piel inocente. Incapaz de querer lo que hay bajo mi piel, busco una ruta para poder aceptar que el la hierba es verde y siempre lo será. Pero el cielo vuelve a estar nublado y actúa como invernadero para mis pensamientos más negros. Mi respiración se debilita y mis ganas de despertar van muriendo con cada mirada hacia un lado, con cada sueño viéndome reflejada en alguien que no soy, pero que deseo ser. El reloj de mi cocina usa una capa de invisibilidad y la eternidad me ha ganado demasiada ventaja cuando me decido a destaparlo.
Las venas se han deshecho de ese estrés que les causaba ansiedad, ahora avanzan con una fluidez calmada. Sin embargo, a veces mi sangre cambia el oxígeno por el odio y los nutrientes por la rabia, ya que anhelar cambiar lo imposible es mi nueva costumbre.
Las paredes de mi templo comienzan a ser endebles y a no poder moverse, mientras que las hojas caduca del calendario se desvanecen. Espero que algún día encuentre la manera de dejar la monotonía de compararme con lo ajeno y de que cuanto más lo deseo, más me alejo. Espero darme cuenta pronto de que la utopía de unas entrañas diferentes tan solo es un veneno más de mi cerebro y este mundo, que juntos nunca hacen nada bueno.
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