sábado, 29 de junio de 2024

El veneno de la utopía

El espejo cada vez me guarda más rencor y el agua de la ducha estrella su rabia acumulada en mi piel inocente. Incapaz de querer lo que hay bajo mi piel, busco una ruta para poder aceptar que el la hierba es verde y siempre lo será. Pero el cielo vuelve a estar nublado y actúa como invernadero para mis pensamientos más negros. Mi respiración se debilita y mis ganas de despertar van muriendo con cada mirada hacia un lado, con cada sueño viéndome reflejada en alguien que no soy, pero que deseo ser. El reloj de mi cocina usa una capa de invisibilidad y la eternidad me ha ganado demasiada ventaja cuando me decido a destaparlo. 
Las venas se han deshecho de ese estrés que les causaba ansiedad, ahora avanzan con una fluidez calmada. Sin embargo, a veces mi sangre cambia el oxígeno por el odio y los nutrientes por la rabia, ya que anhelar cambiar lo imposible es mi nueva costumbre.
Las paredes de mi templo comienzan a ser endebles y a no poder moverse, mientras que las hojas caduca del calendario se desvanecen. Espero que algún día encuentre la manera de dejar la monotonía de compararme con lo ajeno y de que cuanto más lo deseo, más me alejo. Espero darme cuenta pronto de que la utopía de unas entrañas diferentes tan solo es un veneno más de mi cerebro y este mundo, que juntos nunca hacen nada bueno.



Batallas oxidadas

Todo volvió al origen, como si se reabriera el círculo vicioso que no sabía que existiera. Los dejavus caen con las lluvias de abril y el sol de mayo alumbra los recuerdos que creía haber enterrado.
Transformada, la oruga que conocí hace años me visita cada mañana posada en mi ventana, cerrando sus grandes alas negras. Sé que no debo seguirla, pero confío tan poco en mi propia cabeza que es lo único a lo que puedo aferrarme. Vuelvo a añorar lo que ya fue, sufro por no disfrutar lo que es, y temo por lo que será mañana. La desesperanza se ha encaramado en mi espalda, la indiferencia ha sustituido los libros que tenía en mi mesilla de noche y la dependencia de dormir para eludir ya de poco sirve, pues incluso mis propios sueños se han vuelto contra mí, oscureciendo mis recuerdos felices. 
Todo ha vuelto a ser esa vieja guerra que no puedo frenar y de mis viejos refugios solo quedan las cenizas y no estoy segura de ser capaz de reconstruirlos. Si de verdad la mirada es el reflejo del alma, ya no queda nada dentro, porque los que solían ser unos ojos vidriosos ahora están vacíos, ni siquiera las lágrimas quieren hacerles compañía en su triste día.

La oscuridad

Está empezando a amanecer. Lo noto porque la luz se cuela por las rendijas de mi persiana. Los rayos de sol juegan a ver cuál inunda antes mi cuarto. 

Quisiera levantar la persiana y dejarlos entrar a todos para que no discutan por verme los primeros. Quisiera abrir las cortinas y dejar que lleguen algo más lejos. Pero la oscuridad me abraza tan fuerte que no puedo mover mis extremidades. No sé en qué momento ha pasado de ser una caricia a un peso semi asfixiante. Me marea, el oxígeno no llega bien a mi cabeza y me ralentiza los pensamientos.

Sé que no me obliga a quedarme con ella, que solo me presiona, pero la comodidad de no moverme bajo la oscuridad impide que la vitamina D corra por mi sangre. Al menos la ventana está abierta y puedo oler la brisa con olor a sal y arena, a verano. De momento parece que tendré que conformarme con eso. Quizás en el próximo amanecer consiga apagar la oscuridad como un bombero apagaría un fuego.