jueves, 23 de enero de 2025

Cien vidas

Podría vivir cien vidas y nunca cansarme del olor a petricor. Podría vivir cien vidas y en ninguna de ellas dudar de que sin poesía no seríamos más robots y menos humanos. Vi la lluvia y pensé que el cielo lloraba por todas esas vidas que nunca viviré, por todos esos sitios que nunca exploraré y todos aquellos libros en los que no me dará tiempo a sumergirme. Pensé que eran lágrimas saladas por esos miedos que nunca llegaré a experimentar y todas esas personas con las que no podré compartir una mirada de complicidad. Entonces me di cuenta de que siempre llevaré conmigo esas ganas de querer vivir cien vidas. No una vida que nunca acabe, pues siempre he pensado que la inmortalidad sería esa letra pequeña que nadie se detiene a leer de un contrato que más de uno estaría dispuesto a firmar. El deseo de vivir cien vidas es distinto, es como la voz interior de un soñador. Despertar en cien lugares diferentes, amar a tanta gente que el corazón tenga desdibujar sus límites, descubrir un secreto nuevo de la naturaleza en cada viaje por el mundo de los vivos. Vivir cien vidas nos daría la oportunidad de disfrutar mil veranos. De esa manera no sufriríamos al elegir un oficio al que atarnos para el resto de nuestra existencia, ni por no haber aprendido todo lo que nos hubiera gustado. Podría vivir cien vidas y querer vivir cien más para experimentar todas las lecciones que me quedaban por entender. También significaría morir cien veces, y así aceptar de una vez que lo inevitable no tiene por qué ser algo malo. Bailar junto a todas las canciones que no había escuchado y escribir todas las historias todavía resplandecen en la sombra del silencio. Una vida no basta para todo aquello que merece la pena vivir en primera persona, no basta para estar al lado de las personas a las que queremos y por desgracia, muchas veces no basta para abrir los ojos frente a lo que de verdad importa. 
Si pudiéramos vivir cien vidas, cada una de ellas sería como mirar un mapamundi muy de cerca, viendo un trocito diferente en cada ocasión. Pero solo alejándonos de él, en la vida ciento uno, podríamos ver el cuadro con claridad, solo entonces podríamos llegar a entender de verdad el mundo que nos rodea.

martes, 14 de enero de 2025

Todo aquello que nunca recordaré

La caja de mis recuerdos… Aquella que habla sobre mí, sobre quién soy, sobre mis logros y mis fracasos. La que contiene todas esas historias que nunca llegué a contar, esas que grité a los cuatro vientos y aquellas que eran demasiado especiales como para exprimir su magia en conversaciones vacías. ¿A dónde viajan todos esos momentos una vez que nos abandonan? Tal vez sean tan grandes que necesiten volar por muchas más primaveras de las que una sola persona vivirá. Tal vez nunca se van del todo, simplemente se vuelven ilegibles para el cerebro humano. Entonces sí que tendría que admitir que te puedo olvidar porque necesitaría algo para poder recordarte. Por eso mismo en tantas ocasiones he querido guardar los recuerdos bajo llave para asegurarme de que nunca me abandonen, porque a pesar de que otra persona puede relatarme un recuerdo compartido una y otra vez, nunca sabrá del todo qué sentí al plantar la bonita flor de aquel instante en el jardín de mi memoria. A veces, siento que un día todas esas vivencias echarán a correr en dirección opuesta a mí. Como si fuera a tener que gritarles e iniciar una persecución imposible que solo conseguirá agotar más mis fuerzas. Entonces solo quedará esa templada sensación de melancolía, de nostalgia por aquello que echaré de menos, sin saber a ciencia cierta lo que es. Solo quedará esa lágrima ingobernable que no hará justicia a todo aquello que nunca recordaré.