Pulcro como un cielo despejado me roba rayos de sol día tras día, pretende dejarme a oscuras, para que me aferre a otros y pueda seguir caminando. Me roba esos alientos vaporosos con los que juego como si fueran mis ilusiones infantiles. Tal vez quiere servirme de ayuda para poder dar ese cálido beso que siempre reconforta. En estos días tan fríos, la luna se ve más blanca y las estrellas más brillantes.
Es viento helado que enmaraña mi cabello, enreda mis ideas, se lleva esas risas a medianoche y alarga mis tristes domingos. Es un ser resentido, aferrado al pasado, que me obliga a rememorar recuerdos viejos y desgastados porque no soporta ver mi mirada sincera y feliz. Su interior solo emite gélidas nevadas, pero el mío siempre emanará una fuente semi infinita de calor, de rayos luminosos.
Largo e inevitable, me deshoja año tras año hasta que deja mis ramas a la vista, como a ese pequeño árbol caduca con el que siempre me cruzo. Sin embargo, no consigue remover la tierra para dejar ver mis raíces, que solo salen a la luz si la grava que la cubre es cavada con esmero.