Allí el cielo siempre estaba teñido de naranja, incluso se parecía a la fruta, aunque con ciertos cirrios un tanto amarillentos. Visto desde las afueras, desde un puente que une los caminos con el pueblo, hasta parecía un lugar tranquilo y apacible, ideal para una vida llena de dicha.
Hamelín siempre había tenido una chispa de misterio, lo que hacía que diera la sensación de que permanecer allí podría tener consecuencias bastante negativas. En realidad, no había muchos habitantes, solamente los vecinos de toda la vida, como en la mayoría de pueblos aislados del país.
Sin embargo; desde que Ernesto se instaló allí, el pequeño y pacífico pueblo de Hamelín no ha vuelto a ser el mismo. El pobre hombre llevaba días buscando cobijo en cualquier lugar que se le ofreciera, pues había pasado semanas y semanas caminando sin descanso a través de los caminos que llegaban a un único destino, Hamelín.
El día de su llegada, Ernesto estaba tan feliz que a pesar del cansancio dio saltos de alegría por todas partes. Entonces se dirigió a cruzar el puente que conducía a la entrada oficial del lugar, cuando lo hizo, sintió que una extraña sensación le embargaba, como si el alma se le llenara de malos presentimientos. Pero en ese momento, Ernesto no quiso hacer caso alguno, ya que su sensación de alivio ocupaba toda su mente.
Después de dar un paseo de visita por allí y no encontrar a nadie que le pudiera dar indicaciones de donde pasar la noches, beber y comer algo, decidió que lo mejor sería llamar a la puerta de alguna casa. Ding, dong, pulsó el timbre y a los pocos segundos la puerta se entreabrió. Ernesto, a pesar de que ninguna voz le había invitado a pasar, dio un paso adelante y entró en la vivienda, la cual encontró sola, vacía y sin ninguna señal de vida humana en años.
Ernesto sintió que algo lo atravesaba, aunque no físicamente hablando, más bien como si el alma vagante de alguien pasara a través de él. Pues bien, lo que sintió en aquel instante fue exactamente lo que pasó. Asustado, corrió al exterior, giró la cabeza para todos lados queriendo mirar desde todas las perspectivas posibles, aún sabiendo que no era posible. Volvió a sentir ese golpe desde dentro, una presencia atravesándolo. Los vecinos de Hamelín comenzaban a dar la bienvenida a su nuevo habitante.
Entonces, Ernesto supo con certeza que su muerte estaba próxima, muy próxima. El visitante divisó como un hombre esbelto y de la misma edad que él se aproximaba cada vez más, hasta que lo tuvo cara a cara y pudo observar su mismo rostro reflejado en el del extraño. Aquello resultaba imposible pero por desgracia no lo era, Ernesto acababa de ver a un hombre idéntico a él, salvo por la sonrisa maliciosa que los diferenciaba.
Momentos antes de que Ernesto pasara a ser un vecino más del pueblo, se escuchó un grito procedente su boca, el cual expresó el terror que se sentía al visitar Hamelín y descubrir que una vez entras, nunca más puedes volver a salir.
Inspirado en el cuadro "El grito" |